Fabula de la Raboseta y el Zorro.

La Raboseta y el Zorro.
Ábrego es la montaña más emblemática del Campo de Morvedre, cuando menos porque desde la cima se vislumbra una buena parte de la comarca. Si un día claro miras hacia la mar desde el Balcón del Ábrego, se vende la línea de costa que va desde Cullera hasta Castelló, un buen tramo del río de Morvedre y las sierras Espadó y Calderona. Al Ábrego hay arboledas y garrigas. de los arbusto que se crían destacan los arborcers y los palmitos. Los frutos de los primeros son unas cerezas que, cuando están maduras, te las comes con la vista, y los de los segundos, unos dátiles que son la delicia de las zorras, por eso se dicen dátiles de zorra. Los acantilados que miran en la mar están formados por pescas de rodeno que dejan entre ellas abundantíssims bostezos que sirven de escondrijo a todo tipo de bestias. Mujeres en este paraje tan bonito vivían la Raboseta y el Zorro.
Un día de invierno claro y raso se trobava la Raboseta tomando el sol a la boca del cubil. Un día tan bueno a primeries de febrero no se podía despreciar y se trobava tan a gusto y tan tranquila que la pereza la vencía y casi se había dormido. El tiempo también convidó al Zorro a salir del escondrijo y se fue a pasear por la zona. En eso, el Zorro veié la Raboseta todo estiramiento sobre una pose de rodeno. Ella abrí un ojo y meneó las orejas indicant-li que la había había. Él, melindroso, se acercó y la saludó:
-Buenos días, Raboseta!
La Raboseta, que tenía una pereza que la chafaba, se limitó a mover ligeramente el ningún en sentido afirmativo. El Zorro, sin embargo, insistió:
-Verdad que el tiempo convida a tomar el sol?
La Raboseta asintió de nuevo con la cabeza. Aunque el Zorro veía que no tenía ganas de hablar, entendía que tampoco le huía, de manera que continuó:
-Raboseta, mañana celebran la fiesta de Santo Blas a Estivella. Yo había pensado que, si tú quisieras, podríamos ir. Como tú sabes, hacen buena cosa de coquetas y, cuando la gente se amontone en la iglesia por bendecirlas, nosotros haremos la nuestra y nos pegaremos una buena comilitona.
Al escuchar eso, la Raboseta va dirigir las orejas, abrí los ojos de par en par y se quedó mirando el Zorro. Le había hecho memoria y, en un rayo, pensó el que pensó, y le dijo:
-Eso es una buena idea! ¿Qué te parece si me esperas a la fuente de Barraix?
El Zorro se alegró muchísimo, porque entendió que la Raboseta había aceptado su plan y, si debían ir juntos, eso quería decir que le aceptaba a él también. Estaba muy satisfecho de su éxito.
-Pues, mañana te esperaré a Barraix -le dijo y se fue más contento que unas pascuas.
Al roturar el día, ya estaba el Zorro a la fuente, que chorreaba abundosa. Al llegar, se miró satisfecho en la agua de los fregaderos y con cuidado se enjuagó y se enderezó como la ocasión requería. Después seié a esperar a que llegara la Raboseta. Era un día sereno que prometía ser inolvidable. El Zorro, acompañado por el rayo monótono de la fuente, no dejaba de pensar en la Raboseta y en las coquetas de San Blas. Lo tenía todo previsto y, al repasarlo, volvía a pensar qué haría. Sonó el primer toque a miss: tong! La Raboseta no llegaba. El Zorro pensaba que debía estar de camino y que no tardaría al llegar. Sonó el segundo toque: tong, tong! La Raboseta continuaba sin presentarse y el Zorro pensaba que algún imprevisto se lo impedía, pero aún tenían tiempo de llegar a hora. Sonó el tercer toque: tong, tong, tong! La Raboseta no aparecía y el Zorro empezó a pensar que algo grave le había pasado, pero se resistía a admitir que la Raboseta no cumpliría su palabra y confiaba que se presentaría de un momento al otra y corriente podrían coger la ceremonia en marcha. Y así, despacientant-se, pasaba el tiempo.
Lo que el Zorro no sabía era que la Raboseta, pensando que al ser dos tocarían a la mitad, había cogido el atajo de Beselga y cuando las campanas hacían el tercer toque, se trobava a la iglesia de Estivella en medio del personal. La gente se amontonaba con las cestas llenas de coquetas, tapadas con servilletas bordadas. La Raboseta se las imaginaba redondas, doradas, crujientes. Entonces, aprovechando el fervor y los empujones, al mismo tiempo que se desplazaba metía la mano y cogía un puñado. Casi no le daba tiempo ni a verlas, se las ponía en la boca y se las engullía sin tocar bordes. Unas tenían el relieve de la cruz, la mitra o el báculo de obispo; otros, la figura del santo de medio cuerpo o de cuerpo entero. Estas eran las más torradetes. ¡Qué buenas! Así estuvo, fartant-se de coquetas, hasta que el rector hizo la bendición y las personas volvieran al empleo. La Raboseta también se fue, pero a digerir la comilitona que había parche. Buscó una noria seca, se puso dentro de uno caduf y, al trotar por su peso, se bajó al fondo y allí se puso a dormir tranquilamente.
El Zorro, cansado de esperar y sin entender nada, se dirigió hacia Estivella pensante que aún podría arramblar algo. Cuando llegó, sin embargo, ya era masa tarde. La plaza estaba vacía, y el Zorro, con el olfato, detectó que había estado la Raboseta. Desesperado, se fue a buscarla y, siguiendo el rastro, al fin la encontró al fondo de la noria. Desde arriba, empezó a gritar renyint-la:
-Sinvergüenza,recelosa!
Ella, sin embargo, no se immutava. Al fin, el Zorro decidió ponerse en un caduf y, como pesaba más que la Raboseta, la roda voltà. Entonces, mientras él bajaba, la Raboseta subía dient-li:
-Zorro, sabes qué?
-Qué?
-Que cuando unos van, los otros vuelven.